Carta a Javier de José Antonio Vergara Parra

Carta a Javier

Querido amigo:

Sé que me entenderás o quizá no pero, al menos, emplearás algo de tu tiempo en esta lectura. Me conoces desde hace demasiado tiempo y sabes quién soy y cómo pienso. Me has visto subir, también descender. Has sabido de mis risas y de mis llantos. Otros, por diversas razones, salieron antes de este armario virtual y no menos real, angosto y obscuro, al que esta sociedad hipócrita e inmadura te condena una y otra vez. Un espacio sin ventilación, donde la humedad se adentra hasta el mismísimo tuétano de los huesos.

Verás.

 Soy creyente, profundamente creyente y, pese a todo o precisamente por todo, me confieso católico, apostólico y romano. Jesús es el centro de mi vida y cuánto más fiel soy a su Palabra más feliz soy, aunque confieso que en demasiadas ocasiones no logro entenderle. Supongo que soy una de tantas antiguallas que camina por senderos tristemente abandonados y no menos pedregosos. Voy más allá. La aconfesionalidad del Estado, que es obligada, no implica una actitud indiferente u hostil frente a la religión mayoritaria del país y que, dicho sea de paso, cimenta las bases  culturales, sociales y políticas de Europa y de España con ella. El carácter vertebrador del cristianismo respecto a la construcción europea es incuestionable mas insuficiente, pues toda estructura política sin alma está condenada al fracaso.

He educado a mis hijos en el respeto a la diversidad donde la dignidad humana es sagrada e inviolable. Algunos de los mejores amigos de mi hijo son marroquíes y argelinos, y ningún mérito veo en ello pero sí normalidad. Les he enseñado a escamotear el veredicto pero no la comprensión, y a convencer sin vencer. Tan aceptablemente bien hemos debido hacerlo que ahora soy yo quien, cada día, recibe alguna lección de ellos. No preguntan a sus amigos en qué creen o a quién aman o qué poseen. Les advierto una y otra vez que el prejuicio es, por lo común, más lesivo que el juicio y que aquél deambula desbocado por la rosa de los vientos; de norte a sur y de este a oeste; o viceversa. Saben bien que donde falta el respeto mutuo no es posible edificar relación humana alguna;  de pareja, amistad o trabajo.

Amigo mío. Algunas veces, cuando suena el himno nacional no puedo soslayar la emoción, donde sentimientos nobles y limpios resudan por los poros de mi piel. Nada tengo contra las corridas de toros o la caza. Más bien, todo lo contrario. Algunos de los más abigarrados defensores de la vida humana, en toda su inmensidad, y de la protección del medio natural  son toreros o cazadores. Hay quienes se encaraman en lo más alto de la protección del reino animal mientras que, con insultante sarcasmo, desprecian o ningunean la vida humana desde el mismísimo instante de su concepción. Quise a mi madre con toda mi alma y a ella le debo hasta el aliento pero jamás le pertenecí; nunca fui una mercancía al albur de diosecillos entrometidos. Supongo que estos pensamientos me convierten en una especie de patriota apolillado con tintes conservadores y retrógrados.

No creo en la derecha ni en el centro ni en la izquierda. Creo en lo correcto y en lo incorrecto, en lo posible y en lo quimérico, en el bien y en el mal. No bendeciré bandera alguna si tras ella se guarece la injusticia, la maldad, la falacia, la farsa o la corrupción. Creo en aquellos que buscan lo mejor para su pueblo aunque en ello vaya la renuncia de ideas que creían inamovibles. Pavor, verdadero pánico, me suscitan los dogmáticos ultra ortodoxos que, aunque ardiere Roma en el horizonte, no cambiarían ni una coma de su catecismo ideológico. Doy por hecho que esta equidistancia mía respecto de rojos, azules, naranjas, morados y verdes me convierte en un tibio inclasificable y, por ende, sospechoso.

Como bien sabes, nada tengo contra los empresarios y menos contra los trabajadores; dos pilares condenados a entenderse si de veras queremos darnos  una oportunidad.  Donde no hay empresas no hay retribución ni derechos laborales que discutir; donde falten obreros no habrá sueños que cumplir. Falta sensatez y sobran escollos que bienviven de la cizaña. Unos no han trabajado en sus vidas y otros son meros correveidiles de estraperlistas de salón. Pero, ¿usted de qué lado está?, se preguntará alguno. Pues de la justicia social y del entendimiento, que no de la lucha, entre clases. Para mis gentes que son todas, democracia, pan, patria, justicia y fe. Como ves, soy más ambicioso que aquél al que unos canallas silenciaron, muchos falsearon, otros usaron y pocos, muy pocos, entendieron.

Como bien sabes, amigo Javier, una vez fui juancarlista, que no monárquico, pero eso se acabó. Ahora soy republicano donde el pueblo pueda elegir, también, al primero entre todos. Una república donde su más alta institución, aún auxiliada por tiralevitas agradecidos, quede desnuda y frágil ante la plaza pública. Sí. Definitivamente una república donde la educación y la sanidad sean públicas, donde haya una real y efectiva separación de poderes, donde los derechos cohabiten con las obligaciones y donde la Ley eleve a los justos y aquiete a tramposos y traidores. Una república donde no haya paraninfo precintado a la palabra y donde la sinrazón sea enfrentada a la reflexión o al desdén pero nunca al guijarro. Una república que reconozca con nitidez los límites de todo derecho pues, quebrantados impunemente aquellos, no habrá derechos por blandir sino mojones por restituir. Una república, en definitiva, donde quepamos todos los demócratas y donde la alternancia en el poder sea tan ordinaria como tranquila.  Ya lo ves, amigo mío. Intuyo que, por así pensar, para unos seré un renegado y para otros un intruso. Y lo entiendo, pues los primeros extrañan la luxación conceptual de los segundos como éstos el estoicismo de aquellos.

No soy xenófobo y jamás de los jamases atisbé en mis orígenes excelencia o superioridad alguna sobre mis semejantes. Líbreme el Altísimo de semejante disparate. Según parece, y a tenor de análisis bioquímicos del adeene mitocondrial, la cuna de la humanidad se ubica en África, con lo que nuestros más remotos ancestros fueron de piel oscura. La presunta superioridad racial de arios sobre semitas, de “bizkainos” (que diría el carlista) sobre “maketos”, de “catalans autèntics”  sobre charnegos o de níveos sobre brunos suscita hilaridad y asco casi a partes iguales. El racismo no deja de ser una gravísima patología donde las dificultades económicas, la enajenación mental no diagnosticada y la ignorancia maridan bastante bien. Sólo faltaría un canalla útil, con dotes de charlatán de feria, para unir las piezas y remover los más bajos instintos. Pócima servida.

Hay otras segregaciones dignas de estudio. Me refiero al clasismo  pecuniario y genealógico. La aporofobia y la crematofilia gozan de tal fortaleza que gradúan, para bien o para mal,  la cromatofobia. El caso más curioso lo tenemos en los enésimos descendientes  de prosapias contrastadas  y rancios abolengos. Llegado el caso, sabrán perdonar la carestía sobrevenida o la mixtura étnica si hay pedigrí de por medio. Es éste el círculo más circular, el más hermético y exclusivo donde los nuevos ricos, zafios y horteras, no serán llamados. Amigo Javier; éstos no se hacen llamar como tú y como yo. Se adornan de patronímicos interminables anexionados con guiones o con la preposición “de”, a los que preceden regias nombradías.

Heme aquí, amigo mío, en tierra de nadie; altanero para los comunes y falto para patricios. Pero no has de preocuparte pues estoy donde justamente quiero estar; lejos, muy lejos de cualquier club grouchoriano que me admitiese como socio.

Ya ves. No me hallo en ninguno de estos compartimentos estanco, escrupulosamente urdidos por majaderos y potentados. Soy rebelde pero con causa y todo lo libre que me es posible. A estas alturas de mi vida, poco o nada me importan las etiquetas o esos dos grandísimos impostores como son el triunfo y el fracaso. Sí quisiera mirarme al espejo cada mañana y sostener la mirada. Y, naturalmente, respirar aire fresco y limpio que aquí afuera, entre prados y riachuelos, se está mucho mejor.

Gracias por escucharme, amigo mío.

 

 

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